jueves, 27 de noviembre de 2014

EL INCREÍBLE HOMBRE MENGUANTE (1957)

Mientras viaja por alta mar en compañía de su esposa, Scott Carey (Grant Williams) es envuelto por una extraña bruma que deja impregnadas en su cuerpo unas partículas de origen desconocido. Al paso de unos meses,  Scott nota una inexplicable pérdida de peso acompañada de una progresiva disminución de la estatura. 

El insólito suceso convierte a Scott en una persona del tamaño de un muñeco que sigue reduciéndose de forma inevitable, sin que la ciencia sea capaz de revertir el proceso de crecimiento que le devuelva a su estado normal. El diminuto hombre debe adaptarse a vivir en un mundo de gigantes, un lugar en donde por ser el único en su especie no tiene cabida, lo que lo lleva a cuestionar el sentido de su existencia.

La capacidad para sobrevivir del individuo acostumbrado a las comodidades de la modernidad y del mundo civilizado- por lo menos en teoría- es puesta a prueba cuando queda a merced de factores que antes por su tamaño no significaban un riesgo. Para él, unos centímetros se convierten en kilómetros de distancia, caer de una mesa representa una muerte segura y enfrentar una araña ...bueno, basta con imaginarlo.

Notables son los efectos especiales, las escenografías y la iluminación que hacen creíble la aventura del moderno Gulliver.

El escritor Richard Matheson entró con el pie derecho al mundo del celuloide con la adaptación de la novela The incredible shrinking man (1957).  En los años cincuenta, el horror de la Segunda Guerra Mundial aún se mantenía latente en una colectividad que no olvidaba las consecuencias de la radiación provocada por el lanzamiento de la bomba atómica en Hiroshima y Nagasaki; las generaciones posteriores nacían con graves deformaciones y los mismos cineastas orientales no dudaron en explotar el tema de los mutantes radioactivos como se vería en Godzilla (1954).

El increíble hombre menguante retoma el tema de la mutación y lo transforma a su vez, en una inteligente metáfora sobre la fragilidad y la pequeñez del hombre en el universo. También aborda el tema de uno de los miedos más aterradores compartido por la raza humana: La soledad como consecuencia del aislamiento.

La no complacencia del director Jack Arnold, quien hubiera podido cambiar el final por uno en el que el protagonista volviera a su estado normal para beneplácito del espectador menos exigente y más rutinario, fue la clave para convertir la película en un clásico.

¡¡¡SPOILER!!!


No acostumbro hablar del final de una película por respeto a quien no la haya visto, pero es casi imposible no mencionar la forma en que termina ésta cinta porque es una maravilla. Scott Carey no solo se ha resignado a quedar relegado de la sociedad sino que además, ha terminado por aceptar que su destino es ver lo que nunca ningún ser humano conocerá. 

El monólogo de Scott Carey desde un punto teológico y filosófico es la respuesta a la que quizá es la pregunta más antigua en la historia de la humanidad. Para la creación no existen límites temporales ni espaciales, la concepción del universo tal y como creemos conocerlo, es la del hombre no la de la naturaleza. 

La moraleja, más allá de las creencias religiosas de cada individuo, consigue que la película tenga una de las conclusiones más emotivas en la historia de un género cinematográfico muchas veces puesto en tela de juicio como es la ciencia ficción. 

Publicado en Transmissionsmag.com

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