Julia (Evangelina Sosa), psicóloga infantil, que ha sufrido la pérdida de un hijo, es contratada por un millonario viudo (Plutarco Haza) para ayudar a la hija de éste, a superar la muerte de su madre y dejar de llenar ese espacio vacío con la fantasía de un amigo imaginario. Lo que en apariencia se trata de un inocente juego de niños deviene en una serie de eventos sobrenaturales relacionados con un antiguo libro de magia negra.
La versión original de El libro de piedra dirigida por Carlos Enrique Taboada en 1969; quien un año antes con Hasta el viento tiene miedo, refrescó el género de horror en México, gracias a un guión extraordinario, que contaba una historia de fantasmas sin recurrir a efectos visuales ni elaborados maquillajes; no desmereció a su antecesora, consiguiendo de nuevo, mantener interesado al espectador gracias a una narración en la que el suspenso va in crescendo hasta llegar a un desenlace que deja sin aliento.
Por desgracia, no se puede decir lo mismo del remake realizado por Julio César Estrada, responsable de ese bodrio llamado Cañitas (2007), presunta historia real de una casa embrujada adaptada del libro homónimo del Carlos Trejo, cuya veracidad es por demás cuestionable. Esta “nueva” versión que de novedosa no tiene nada por tratarse del mismo guión sin ningún tipo de cambio, salvo el hecho de que la profesora ahora es una psicóloga (que por lo visto pasó de noche la universidad), resulta totalmente innecesaria.
Si la historia es la misma ¿Cómo es posible que entonces sea tan mala? Todo es mérito de Julio César Estrada, quien no da pie con bola en la dirección de actores, a los cuales parece imposible pedir que se salgan del registro telenovelero al que están acostumbrados (sobre todo Ludwika Paleta). Las reacciones se pierden entre exclamaciones de todo tipo menos de horror, y la música solo contribuye a acrecentar esa sensación de estar ante un producto televisivo.
Qué decir del manejo de la steadycam (cámara al hombro), que convierte lo que tendría que ser un plano secuencia, en un plano extendido aburrido y carente de sentido. La psicóloga va y viene por la casa como si estuviera en un hotel de veraneo.
Incapaz de superar sus propias limitaciones técnicas, Estrada también hace evidente que el lenguaje cinematográfico no es lo suyo, ya que en vez de recurrir, por ejemplo, a una elipsis para ahorrar al espectador conocer detalles intrascendentes, prefiere atiborrarlo de tomas que salen sobrando, provocando así, una constante pérdida de ritmo. Después de la primera mitad, no se ve una empatía entre la psicóloga y la niña, lazo sentimental que se supone debería estrecharse siendo que, ambas comparten el haber perdido a un ser querido. La relación entre los demás personajes es igual de endeble. La monotonía es tal, que solo resta esperar que suceda en los últimos minutos algo que nos despierte del letargo, pero ese algo es la gota que derrama el vaso porque en vez de provocar miedo da risa (y eso en el mejor de los casos).
Si tuviera que decir algo en favor de la película, tendría que resaltar la fotografía por encima de los demás rubros, sin embargo, tampoco estamos ante un trabajo equiparable al de Gabriel Figueroa o Emmanuel Lubezki, digamos que solo puede calificarse como aceptable.
Cintas como ésta, vienen a confirmar que el panorama actual de las producciones mexicanas de horror - salvo escasas excepciones- se ve "más negro que la noche".
Si la historia es la misma ¿Cómo es posible que entonces sea tan mala? Todo es mérito de Julio César Estrada, quien no da pie con bola en la dirección de actores, a los cuales parece imposible pedir que se salgan del registro telenovelero al que están acostumbrados (sobre todo Ludwika Paleta). Las reacciones se pierden entre exclamaciones de todo tipo menos de horror, y la música solo contribuye a acrecentar esa sensación de estar ante un producto televisivo.
Qué decir del manejo de la steadycam (cámara al hombro), que convierte lo que tendría que ser un plano secuencia, en un plano extendido aburrido y carente de sentido. La psicóloga va y viene por la casa como si estuviera en un hotel de veraneo.
Incapaz de superar sus propias limitaciones técnicas, Estrada también hace evidente que el lenguaje cinematográfico no es lo suyo, ya que en vez de recurrir, por ejemplo, a una elipsis para ahorrar al espectador conocer detalles intrascendentes, prefiere atiborrarlo de tomas que salen sobrando, provocando así, una constante pérdida de ritmo. Después de la primera mitad, no se ve una empatía entre la psicóloga y la niña, lazo sentimental que se supone debería estrecharse siendo que, ambas comparten el haber perdido a un ser querido. La relación entre los demás personajes es igual de endeble. La monotonía es tal, que solo resta esperar que suceda en los últimos minutos algo que nos despierte del letargo, pero ese algo es la gota que derrama el vaso porque en vez de provocar miedo da risa (y eso en el mejor de los casos).
Si tuviera que decir algo en favor de la película, tendría que resaltar la fotografía por encima de los demás rubros, sin embargo, tampoco estamos ante un trabajo equiparable al de Gabriel Figueroa o Emmanuel Lubezki, digamos que solo puede calificarse como aceptable.
Cintas como ésta, vienen a confirmar que el panorama actual de las producciones mexicanas de horror - salvo escasas excepciones- se ve "más negro que la noche".
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CINEFANTÁSTICO te invita a leer el blog amigo PELÍCULAS DE TERROR
escrito por Rubén Lara Conde.
http://www.pelisdeterror-r.blogspot.mx/
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