Vlad Tepes, príncipe de Valaquia, tras un periodo de tranquilidad - el cual obtuvo gracias a la bonita tradición de empalar a sus rivales- se ve en la necesidad de enfrentar al sultán turco Mehmed II, cuando éste lo obliga a entregarle a mil niños, incluyendo a su hijo para incorporarlos a su ejército. Al ver que las condiciones no lo favorecen para tener éxito, viaja a unas montañas en donde hace un trato con un vampiro, a fin de entregar su alma a cambio de obtener poderes sobrenaturales para salvar a su pueblo.
En los últimos 16 años, tomando como punto de partida la película La momia dirigida por Stephen Sommers, a los guionistas hollywoodenses les ha dado una extraña manía por transformar a los monstruos clásicos del cine de horror, en personajes que ni por asomo asustan al más temeroso espectador, porque resulta además que, ahora la mayoría no son los villanos a vencer, sino los héroes que luchan por el bien. Dichos ex-seres demoníacos, arrepentidos o buscando la redención, abandonan la idea de hacer maldades para pasar a convertirse en hermanas de la caridad. Eso ya me parece decepcionante. Pero está bien, si deciden dar esos giros, lo mínimo que se puede esperar es que el asunto derive en algún tipo de conflicto emocional por aquéllo de "Haz fama y échate a dormir". Pero ni siquiera ese planteamiento se aborda en Drácula: La historia jamás contada. La opera prima de un tal Gary Shore, es otra película de aventuras al estilo Van Helsing (2004), que pese a anunciar en el título no tener nada que ver con la novela de Bram Stoker - salvo el personaje principal- ni con ninguna de la versiones literarias o cinematográficas anteriores, tampoco muestra nada digno de sorprenderse. Cabe decir, que para durar apenas 90 minutos es bastante cansada.
Olvídense de ver batallas épicas como las de El señor de los anillos, que dado los antecedentes de Vlad Tepes el empalador, en teoría deberían ser más cruentas y sangrientas que cualquiera del universo de Tolkien. Mejor, prepárense a soportar a un chupa-sangre romanticón, buen esposo y devoto padre que, si pactó con las fuerzas del mal, tuvo sus razones de peso para hacerlo. Sinceramente me gustan más los vampiros que son malos, muy malos, requete malos persé. En ese sentido Luke Evans, alcanza a salir bien librado, siendo su actuación lo mejorcito de la película. Créanme que con ese guión tampoco se le puede exigir mucho.
En lo que a efectos especiales se refiere, cumple, pero insisto en que un par de escenas en que el príncipe de las tinieblas se enfrenta a sus enemigos convertido en miles de murciélagos, no es suficiente para emocionar a un público acostumbrado a ver choques colosales. Aquí todo termina entre azul y buenas noches. Lo que es insalvable por donde se le vea, es el final que queda abierto para una continuación que bien podría llamarse Drácula: el último avenger (Véanla y se darán cuenta por qué). Recomendable solo para incondicionales del Sr. Evans.
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