El supuesto cadáver de un criminal conocido como El estrangulador es sustraído de la morgue, todo apunta a que el susodicho como versa la canción "no andaba muerto" y gracias a su fortachón ayudante, planea volver a hacer lo que más le gusta: asesinar a los artistas del Teatro Variedades (con semejantes números musicales le doy la razón). Sin embargo, sus siniestros propósitos se verán frustrados gracias a El Santo, enmascarado de plata.
Un 31 de marzo de 1963, se estrenó otra de las descabelladas obras del maestro de los encordados, las cachetadas y el humor involuntario, El Santo, en ésta ocasión dirigido por el fallido lente de Rene Cardona.
Tercera parte de un serial de incoherente guión, que no se toma muchas molestias y plagia descaradamente la trama de Museo de cera (1953), con Roberto Cañedo como un pálido Vincent Price de risa nada macabra pero si muy contagiosa y, Gerardo "El chiquilín" Zepeda haciendo sus pininos en la actuación como lo hiciera Charles Bronson, en el citado clásico de André de Toth.
Aventura de recursos técnicos y narrativos pauperrimos; deslucida, soporífera y carente del encanto propio del cine de luchadores, sobre todo por que cada tres minutos se interrumpe la trama principal para insertar números musicales (¡De verdadero horror!) interpretados por Alberto Vázquez y Ofelia Montesco. Es así que, el asesino disfrazado de fantasma de la opera, va matando gente para luego desenterrar sus cuerpos y crear su museo de cera; dándose un tiempo para tocar de forma fatal el órgano, mientras el Santo saca unas deducciones que le revolverían el estomago a Sherlock Holmes.
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