domingo, 20 de julio de 2014

BRAIN DAMAGE (1988)

Una pareja de ancianos busca con desesperación a algo o alguien que ha desaparecido de su bañera. Brian un vecino del edificio descubre a Elmer, una criatura capaz de proporcionarle sensaciones casi extrasensoriales, introduciendo una especie de aguijón en su cabeza y derramando un líquido azul en su cerebro. El problema no solo es la adicción que provoca la droga suministrada sino que, el monstruo a cambio de sus servicios pide al joven que lo ayude a conseguir víctimas para alimentarse.

En 1982, el director Frank Henenlotter realizó Basket Case una disparatada película clase Z (más pobre presupuesto que una clase B) sobre un muchacho que dentro de una canasta transporta a su hermano siamés deforme, con el cual se comunica por telepatía. Pésimas actuaciones, un guión absurdo y unos efectos especiales menos que deplorables, basta ver al monstruo que no era otra cosa que un muñeco de goma que los mismo actores tenían que zangolotear para que pareciera que los atacaba, en fin de pena ajena o de risa loca como lo quieran ver; con todo y eso con el paso del tiempo se convirtió en película de culto.

Siguiendo esa línea de horror descabellado, gore y humor negro, Henenlotter con un poco más de presupuesto (por lo menos alcanza la clase B) y una leve mejoría en su forma de filmar, sin dejar de ser algo mediocre, nos ofrece un producto que en casi todo su metraje remite, guardando las distancias, al cine absurdo de Roger Corman y a la visión cárnica de David Cronenberg. Y es que, al igual que el cineasta canadiense lo hiciera en El almuerzo desnudo (1991), Henenlotter en Brain Damage hace alusión en una forma metafórica a los trastornos físicos y mentales que provocan las drogas. De hecho, los efectos que experimenta el protagonista no están tan alejados de la realidad, cae en un estado de éxtasis, incrementa su deseo sexual, despierta sin recordar nada y sufre alucinaciones. Se encierra en su cuarto con mil cerrojos para no ser interrumpido cuando el bicho le inyecta el líquido y se recluye en su mundo, abandonando la vida laboral y sentimental. Si todo lo anterior, no es propio de un adicto en estado avanzado, por lo menos lo parece.



¿De dónde salió Elmer? No lo sabemos. Por medio del viejo que lo quiere recuperar para también gozar de los "viajes" que ofrece en cada piquete, nos enteramos de que ha pasado de mano en mano hasta llegar a nuestros tiempos. El monigote cuya forma falica no es obra de la casualidad, como se ve en una escena que raya en lo pornográfico, no pasa de ser una marioneta inexpresiva que puede provocar asco, risa o pena pero no asusta ni al más impresionable de los espectadores ¡En una parte hasta canta! Por ese lado, considerando que se trata de una comedia-gore, logra el cometido de hacer reír en cada ataque de Elmer, sobre todo gracias a unos actores que son más malos que la carne de puerco y un salpicadero de sangre que más bien parece pintura vinilica con tripas de pollo.

Recomendable solo para aquellos que gustan del cine gore de bajo presupuesto, el humor malsano y los efectos especiales de tres pesos (o dólares). 

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