martes, 12 de agosto de 2014

LOS CUATRO FANTÁSTICOS (1994)

Si acostumbrara poner subtítulos a mis publicaciones, esta debería llevar el de “Los riesgos de comprar piratería”.

Un día alguien que no puede preciarse de ser un gran cinéfilo me dijo “Compré en pirata la película nueva de Los cuatro fantásticos y no está buena”. Por curiosidad se la pedí prestada porque aún no era estrenada en las salas de cine y vaya chasco que me llevé.

Me bastó con ver el primer crédito para darme cuenta de que no se trataba de la cinta protagonizada por Jessica Alba y Chris Evans. Los nombres de unos ilustres desconocidos iban apareciendo sobre un espacio sideral con factura de programa televisivo setentero. Al ver quien era el productor lo entendí todo. Nada más y nada menos que Roger Corman, el rey del cine de bajo presupuesto. Sobre este señor se pueden decir mil cosas, ya que ha estado ligado al celuloide desde hace más de medio siglo. Como director tuvo algunos títulos interesantes como La tiendita de los horrores (1960) cuyo mayor aporte fue el debut de un joven Jack Nicholson; también realizó varias adaptaciones de las obras de Edgar Allan Poe en las que se permitió una infinidad de libertades; pero fue su etapa como productor, la que lo convirtió en una máquina de hacer películas a destajo, teniendo hasta la fecha un record que luce insuperable. Y no es de extrañarse cuando se trata de filmes cuyo rodaje dura de dos a tres semanas.

Pues bien, Corman fiel a su costumbre temeraria de decirle que sí a cualquier proyecto por complicado que parezca, se involucró en esta adaptación paupérrima de los personajes marvelianos. Si la película dirigida por Tim Story en 2005 con presupuesto de 100 millones de dólares resultó un fiasco digno de olvidarse, ya podrán imaginarse lo chafa (cutre, dirían mis amigos españoles) de este bodrio que contó con menos de un millón. 

La trama intenta ser fiel al original, pero las pésimas actuaciones de un elenco en donde solo reconocí a un tal Jay Underwood -un actor frecuente en los video home de Disney, que aquí interpreta a Johnny Storm – no generan interés alguno. Lo que resulta más risible o molesto, según el humor del espectador, son los efectos visuales. La mole o masa, en vez de ser un coloso de roca se asemeja a un muñeco de plástico a gran escala, Johnny Storm con falso cabello rubio parece estilista, pero eso no es lo peor, se reemplazan los efectos digitales por dibujos animados para reducir costos, dando como resultado una patética caricatura voladora. La invisibilidad de Susan Storm como era de esperarse, en un alarde de “originalidad” (eso fue un sarcasmo) se resuelve simplemente poniendo su voz en off. En la competencia por ver que personaje es el más ridículo, la medalla de oro se la lleva Reed Richards. Los brazos que se presumen elásticos, son unas extensiones de alambre tembloroso. Con semejantes super poderes, las escenas de acción se resumen a una serie de torpezas de pena ajena. Absurda la parte en que Richards alarga la pierna para hacer caer a los esbirros del Dr. Doom.

Hay películas que de tan malas resultan buenas. Éste no es el caso.
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blog realizado por mi colega Rubén Lara Conde.

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