miércoles, 14 de enero de 2015

EL SIGNO DE LA MUERTE (1939)

Una pareja de periodistas (Elena D´Orgaz y Tomás Perrín), que a su vez mantienen una relación sentimental, investigan una serie de asesinatos rituales relacionados con las profecías de un código prehispánico en el cual, se señala que la muerte de cuatro doncellas acabará con el dominio de la raza blanca y marcará el regreso de un descendiente de Quetzalcoatl al poder.

La engañosa publicidad en la que Mario Moreno Cantinflas aparecía como protagonista de la película, propició que la misma fuera un fracaso de taquilla. Esto obedeció en gran parte a que, no se trata de una comedia, sino de una trama policíaca con tintes macabros, que incluye sacrificios con escenas sangrientas muy atrevidas para la época (¡Mujeres con el pecho descubierto!). La aportación del dramaturgo, poeta, productor y guionista Salvador Novo, uno de los más reconocidos intelectuales mexicanos del siglo XX, es notoria ya que, introduce elementos modernos que rompen con el conservadurismo del México post-revolucionario. Por ejemplo, la periodista Lola Ponce (Elena D´Orgaz) es una mujer independiente, arrojada, intrépida, no está sujeta a los designios de su pareja, eso en el contexto socio-cultural de los años 30 ya era bastante adelanto. Una especie de Luisa Lane, que curiosamente fue creada en el mismo año. 
Un acierto de El signo de la muerte, es que evita los diálogos absurdos y las explicaciones descabelladas en las que posteriormente caería el cine fantástico mexicano, sobre todo el del género de luchadores, en el que también incursionó el director Chano Urueta, responsable de ésta obra. El conocimiento de Novo sobre la cultura prehispánica y la habilidad para aterrizar esos conceptos a un nivel que cualquier espectador pudiera comprender y al mismo tiempo no aburrir es otro punto a favor. La cinta, guardando las distancias, también recuerda a los filmes de horror de la Universal sobre todo en lo que a creación de atmósferas tenebrosas se refiere. Y al igual que en las películas estadounidenses de esos tiempos, no se necesita ser un genio para descubrir al asesino en los primeros cinco minutos. Por lo que respecta a la música, cuenta con la colaboración de uno de los máximos representantes de la llamada corriente nacionalista: Silvestre Revueltas. Las composiciones indigenistas del artista le vienen a la película como anillo al dedo.
Paralela a la trama principal hay una "subtrama" que es donde intervienen Cantinflas y Medel, la cual se inserta cada vez que el asunto se torna más oscuro ¿Intencional? No lo sé. Pero vale la pena mencionar, que la aparición de ambos personajes rompe con el ritmo de la película como si se tratara de un anuncio comercial. Un muy joven Cantinflas que aun no adoptaba el papel del peladito con el que ganaría mayor éxito en las siguientes películas, interpreta a un guía de museo y asistente de un profesor de arqueología (Carlos Orellana). El Mimo de México cantinflea poco, se muestra mesurado en sus gestos y se nota tímido. Por su parte, Manuel Medel es chaplinesco y hasta para la época se ve anacrónico. Los dos cortejan a la misma dama y fuera de uno que otro chiste relacionado con los poderes místicos de Cantinflas (como volver invisible a Medel o beberse un refresco por telepatía) ninguno aporta algo trascendente a la trama. Dicho en otras palabras, la cuota cómica sale sobrando, pero sin ella la película no duraría más de 45 minutos. 

Para los fanáticos de Cantinflas puede ser una decepción, pero como cine que en su momento pretendía ser vanguardista, apostando a un género poco abordado hasta ese lejano 1939, tiene muchos elementos rescatables.
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