domingo, 29 de junio de 2014

LA NAVE DE LOS MONSTRUOS (1960)


Las venusinas Gamma (Ana Bertha Lepe) y Beta (Lorena Velázquez), emprenden un viaje a través del universo con la misión de encontrar ejemplares masculinos que suplan a los que han muerto en su planeta a causa del mal atómico. Una falla en la nave espacial provoca que desciendan de emergencia en la tierra, un lugar en donde el robot Tor les advierte que sus habitantes son seres que no saben lo que quieren y, solo buscan destruirse unos a otros. Para su buena suerte, el primer humano con el que se topan es Laureano (Eulalio González "Piporro"), un norteño que se la pasa contando mentiras en la cantina del pueblo. 


Haciéndole creer que son integrantes de un circo, las frondosas alienígenas le preguntan si hay otros hombres en el pueblo, a lo que responde que sí, aclarando que él es "de lo mejorcito que hay". Después de haber sido petrificado unos instantes por las venusinas, Laureano despierta pensando que todo fue una alucinación. Tiempo después para sorpresa del norteño y su hermanito Chuy, se presentan en su casa buscando alojamiento ¿Y cómo decirle que no a semejantes monumentos galácticos? Ahí sale a colación el tema del amor, sentimiento que las dos visitantes dicen desconocer, ante la incredulidad de Laureano; y si no saben qué es un beso mucho menos conocen todo lo demás. Pero para eso está el mexicano, para explicarles - con una canción, no sean mal pensados- en qué consiste el amor. Rendidas caen  a los pies del norteño simpaticón y cantarín quién más tarde será la manzana de la discordia que ocasione todos los enredos.



Ustedes se preguntarán ¿Y qué papel juegan en la película los monstruos del título? Pues la verdad no tiene ninguna lógica que aparezcan, sólo son otro de los tantos disparates que se le ocurrieron al director para matarnos de la risa. Se supone que también son unos especímenes masculinos que capturaron en otros planetas y que servirán para repoblar Venus ¿Cómo piensan usarlos? No se sabe, porque de entrada no tienen aspecto humano. Absurdo y sin ningún sentido, hasta que Beta que guarda un as bajo la manga decide usarlos para otra cosa.

La película de Rogelio A. González con argumento de José María Fernández Usaín, es una combinación de comedia ranchera/película de ciencia ficción clase B, con efectos de nave de cartón y monstruos de hule incluidos, lo que lejos de convertirla en un bodrio funciona voluntaria o involuntariamente para hacerla más chistosa.


Rogelio A. González fue un director que abordó todos los géneros, desde las cintas de charros hasta los melodramas urbanos. En el plano de lo fantástico realizó Dos fantasmas y una muchacha (1959), El conquistador de la luna (1960), y una de las mejores cintas mexicanas de humor negro, El esqueleto de la Sra. Morales (1960).

A simple vista, La nave de los monstruos es una especie de parodia de las películas de ciencia ficción gringas que abundaron en los años cincuenta, por ejemplo, El día que la tierra se detuvo (1951). Sin embargo, también es una comedia que retrata una fantasía muy socorrida por el mexicano promedio, que consiste en que un día se le aparezca una mujer de buenísimas proporciones para pedirle que le haga "el favor" y si se lo lleva a otro planeta, isla o cualquier lugar en que lo necesiten para poblarlo de nuevo, él se pone flojito y cooperando. 

En el papel protagónico tenemos a Eulalio González "Piporro", locutor, actor y cantante que brilla con luz propia y que causa gracia con solo escuchar su tonito de norteño. Muy adoc, la picardía de sus frases que, aunque medio subidas de tono para la época, no son de mal gusto. Lo que es un verdadero deleite visual son las venusinas; como la heroína está Ana Bertha Lepe, ganadora del tercer lugar en un certamen de Miss Universo y como la antagonista, Lorena Velázquez, actriz que desborda sensualidad tan solo con la mirada. Ambas vistiendo provocativos atuendos, con peinado y maquillaje de salón, que las hace parecer más modelos de pasarela del Palacio de Hierro que seres venidos de otra galaxia. De hecho es curioso, porque casi en todas las películas mexicanas de ciencia ficción, los personajes de otros planetas son caracterizados como si fueran romanos, usan túnica y sandalias; un claro ejemplo es la película Santo vs La invasión de los marcianos (1967) en la que el actor Wolf Rubinski más bien parece  el emperador Julio César con casco de plancha.



Lo infame como ya comenté, son los dichosos monstruos, que parecieran sacados de un basurero de Hollywood. Pero eso no es lo peor, casi estoy seguro que esas botargas de peluche y hule a punto de romperse,  son los mismas que se reciclaron para la película Santo y Blue Demon contra los monstruos (1970). 

Así las cosas, yo nomas espero que si un día las venusinas aterrizan en mi querido país, sean igualitas a las de ésta película, para que antes de que destruyan el mundo se avienten conmigo un taconazo.



"Soy capaz de casarme contigo y aceptar al robot aunque haya sido un mal paso tuyo"

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